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Un Refugio para los Sentidos: Quivira Golf Club

Melanie Beard



En el umbral donde el sol besa el horizonte y el viento susurra secretos del desierto, se alza Quivira Golf Club, un mágico espacio en Los Cabos donde la tierra y el mar se funden en una sinfonía de colores y formas. Aquí, el juego es un diálogo profundo entre el golfista y la naturaleza misma, donde cada hoyo se convierte en una conversación silente con el paisaje.


El campo, trazado por la mano maestra de Jack Nicklaus, no es solo un diseño, es una obra de arte. Cada paso sobre sus 7,085 yardas es un poema visual, donde las sombras de las formaciones rocosas juegan con la luz del sol, y el viento que acaricia el rostro parece narrar historias ancestrales. El océano, majestuoso y sereno, se convierte en un compañero constante, su vasto azul como un eco infinito, recordando al jugador la grandeza del mundo más allá del green.



Es un campo donde la belleza se contempla y se vive. Desde el primer tee, la mirada se pierde en las olas que rompen suavemente sobre la orilla, mientras los cañones naturales del terreno invitan a la reflexión. Cada hoyo parece contar una historia diferente, una que se despliega ante los ojos del golfista con cada swing, con cada desafío, con cada victoria y derrota en la quietud del desierto. El viento, testigo de todo, lleva consigo el salitre del mar, la esencia misma del lugar.


Al avanzar por el recorrido, el desierto con su árido esplendor y el mar con su calma infinita se entrelazan, como dos fuerzas en una danza ancestral. Los cactus, erguidos y solemnes, observan en silencio, mientras las rocas, curtidas por el tiempo, parecen ofrecer su protección al jugador que se adentra en sus dominios.



Cuando la jornada toca su fin, el club house se convierte en un refugio donde el alma encuentra descanso. Con sus espacios amplios y acogedores, se invita a la relajación, a la contemplación, a disfrutar de un atardecer que parece durar para siempre. En ese momento mágico, mientras el sol se esconde tras las aguas, los colores del cielo se mezclan con los sabores del mar y la tierra, ofreciendo un festín para los sentidos.


Jugar en Quivira es un canto a la vida misma, un recordatorio de que el golf es solo el pretexto para sumergirse en una experiencia sensorial que toca el alma. Es allí, en ese rincón privilegiado, donde el tiempo parece detenerse, y el eco de la naturaleza se convierte en un murmullo constante en el corazón del jugador.



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