París, la eterna capital del arte y el buen vivir, guarda secretos en cada esquina. Entre sus bulevares y fachadas clásicas, descubrimos un santuario de sabores que nos transporta, en un instante, al Lejano Oriente: Shang Palace, el único restaurante chino en Francia con estrella Michelin, ubicado en el lujoso Shangri-La Hotel Paris.
Desde el momento en que cruzamos el umbral de Shang Palace, sentimos que hemos emprendido un viaje. La luz tenue, el sutil aroma a té de jazmín y los detalles delicados de la decoración –que combinan la opulencia asiática con el refinamiento parisino– nos invitan a olvidarnos del tiempo. Aquí, en un rincón de serenidad en pleno corazón del 16ème arrondissement, la gastronomía cantonesa alcanza niveles sublimes.
Nos sentamos a la mesa y, como en un ritual, el menú se despliega ante nosotros. Cada plato es una obra de arte que fusiona tradición, técnica y frescura. Aqui, los sabores de Cantón cobran vida con una precisión impresionante. No hay artificios, solo la pureza de ingredientes cuidadosamente seleccionados y la maestría de un equipo que respeta las raíces de una cocina milenaria.
Comenzamos con los dim sum, pequeños bocados de perfección que despiertan el paladar. Los ravioles de gambas, delicados y translúcidos, nos revelan la importancia del detalle; el equilibrio entre textura y sabor es impecable. Le sigue el pato laqueado, presentado con una elegancia que roza la teatralidad. La piel dorada y crujiente, la carne jugosa y tierna, y los acompañamientos clásicos –crepas finas, cebolletas y salsa hoisin– nos envuelven en una danza de sabores armoniosa y reconfortante.
El pescado al vapor con jengibre y cebollín, uno de los platos insignia de la cocina cantonesa, nos sorprende por su sutileza. Aquí, menos es más: la frescura del pescado se eleva con el toque justo de aromáticos. Cada bocado es un homenaje al respeto por los ingredientes y la habilidad de convertir lo simple en algo extraordinario.
El servicio en Shang Palace es digno de su estrella Michelin: atento, discreto y cálido. Los meseros explican cada plato con precisión, guiándonos en el descubrimiento de sabores, y nos recomiendan un maridaje de tés chinos excepcionales que completan la experiencia. El té oolong, con sus notas florales y terrosas, nos acompaña suavemente hasta el final de nuestra comida.
Y cuando llega el postre, la sorpresa continúa. El equilibrio entre Oriente y Occidente se manifiesta en creaciones ligeras y elegantes, donde frutas exóticas y texturas delicadas cierran este festín con una nota fresca y memorable.
En Shang Palace, no solo comemos: viajamos. Cada plato, cada detalle del espacio y cada gesto del servicio nos cuentan una historia de herencia, pasión y respeto. Al salir, el eco de nuestra experiencia nos acompaña, como si hubiéramos llevado con nosotros un pedacito del alma cantonesa, cuidadosamente guardada en este rincón parisino.
En la ciudad que celebra el arte en todas sus formas, Shang Palace es un poema dedicado a la gastronomía china, una experiencia que nos recuerda que la alta cocina no tiene fronteras, solo puentes que unen culturas a través del lenguaje universal del buen comer.
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