El Four Seasons Mexico City, con su emblemático patio y aura de sofisticación, ha vuelto a sorprendernos con una propuesta gastronómica que nos lleva directamente al corazón del Japón. Bajo el nombre de OMA, este restaurante de reciente inauguración nos invita a dejarnos llevar, a rendirnos al arte del omakase, donde cada plato es una sorpresa y cada momento, un deleite.
Desde que cruzamos la puerta, la atmósfera de OMA nos envuelve. El espacio, reducido y cuidadosamente diseñado, respira serenidad. La barra principal, que acomoda solo a ocho comensales, se convierte en el escenario donde el chef Abraham López despliega su maestría. La madera clara, la piedra volcánica y los detalles de mármol conforman un entorno que evoca la pureza y el minimalismo japonés, transportándonos a un lugar donde el tiempo parece detenerse.
Tomamos asiento frente a la barra, emocionados y expectantes. Nos ofrecieron tres opciones de menú degustación, cada una con un número distinto de tiempos: 13, 17 o 21. Optamos por el intermedio, deseosos de explorar lo suficiente sin perder la capacidad de saborear cada detalle. A medida que avanzaba la noche, cada platillo que llegaba a nosotros era una pequeña obra de arte. Desde un sashimi de atún perfectamente cortado hasta una vieira suavemente sellada, cada bocado revelaba una combinación precisa de sabores, texturas y temperaturas. El wasabi, rallado al instante frente a nosotros, añadía un toque fresco y picante que elevaba cada pieza de sushi.
La atención al detalle es palpable en OMA. Los ingredientes, traídos de las costas de Ensenada y de Japón, hablan de un compromiso absoluto con la calidad. Incluso el jengibre, servido como acompañante, se siente especial, cortado de manera tan delicada que casi se deshace en la boca. Cada elemento está cuidadosamente pensado, desde la temperatura del arroz hasta la forma en que se sirve el sake.
Y hablando de sake, la selección de bebidas es tan impresionante como la comida misma. Nos aventuramos a probar un maridaje de sakes que complementó cada platillo con notas florales, afrutadas y umami. Para quienes buscan alternativas, también están disponibles whiskies japoneses, tés delicados y cervezas tradicionales, cada uno seleccionado para enriquecer la experiencia.
Mientras avanzábamos en el menú, el chef compartía con nosotros las historias detrás de cada creación. Su pasión por la cocina japonesa y su habilidad para fusionarla con toques sutiles de ingredientes locales se hacía evidente en cada palabra y gesto. Este no es solo un lugar para comer; es un espacio para conectar, para entender el cuidado y el arte que hay en cada detalle.
OMA es el tipo de experiencia que permanece contigo mucho después de que la última copa de sake ha sido vaciada. Es un recordatorio de cómo la comida puede ser mucho más que alimento: un puente entre culturas, una expresión de arte y una manera de detener el tiempo, aunque sea solo por un momento.
Volvimos a casa con una sonrisa y una sensación de gratitud. OMA no solo nos alimentó, sino que nos regaló una experiencia que quedó grabada en nuestra memoria, como una pequeña joya escondida en el corazón de la ciudad.
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