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Lo que me contó un plato en Trillo

  • Melanie Beard
  • 12 hours ago
  • 2 min read


En una esquina discreta de la Roma Norte, donde las calles murmuran historias antiguas y los árboles lanzan sombras suaves sobre el empedrado, encontré Trillo. Entre el rumor pausado de conversaciones cómplices, me adentré sin saber que estaba a punto de emprender un viaje sin mapas.


En Trillo, la cocina no se impone, no pretende; se ofrece. Se entrega como un amigo que te invita a su mesa sin más intención que la de compartir. Todo comienza con un gesto cálido, con la cercanía de un espacio que abraza, que invita a quedarse. Luego llega la comida, esa otra forma de lenguaje, de memoria y emoción. Cada plato que probé era como abrir un capítulo íntimo de alguien que ha vivido con intensidad y ha elegido contar su historia desde el fuego, desde el sabor.



Los calamares rellenos de chicharrón prensado fueron el primer susurro de ese relato: crujientes, salinos, inesperados. Un eco de Sinaloa y del mar que acompaña al chef Andrés Trillo como una sombra azul en la memoria. Luego llegaron los tacos de frijoles puercos, con pork belly y jaiba frita, y sentí que estaba en casa aunque nunca antes hubiera estado allí. Eran puro abrazo, pura raíz. Había en ellos una nostalgia alegre, como cuando uno vuelve a un lugar querido y lo encuentra igual de cálido, igual de vivo.


Pero fue con los ravioles con foie gras que el tiempo pareció detenerse. Un bocado y el mundo se volvió más lento, más suave. La pasta, como un suspiro. El relleno, un lujo discreto, tierno, profundo. Era como si en ese plato convivieran la precisión de París y la generosidad de Sinaloa. Técnica y alma, en equilibrio perfecto.



Andrés Trillo no es solo el nombre detrás del restaurante, es la voz que se escucha en cada plato, el alma que da vida a esa cocina honesta y sin artificios. Hijo de una cocinera y del mar de Sinaloa, su historia se cuece a fuego lento entre recuerdos familiares, técnica depurada y una sensibilidad que trasciende fronteras. Formado entre Monterrey y París, ha sabido recoger lo mejor de cada mundo para crear una propuesta que no busca impresionar, sino conmover. En su mirada hay calma, pero también una pasión silenciosa que se traduce en cada receta, en cada decisión, en ese menú que se siente más como una confesión que como una carta. Andrés cocina con la certeza de quien conoce su origen y lo honra, sin nostalgia pero con una profunda gratitud.


En Trillo, cada creación es una carta escrita con ingredientes, una historia servida en silencio pero que resuena en el cuerpo y en el corazón. No hay artificios. Solo el deseo claro y generoso de compartir lo que se ama. Y en esa entrega, en esa honestidad, está lo que hace de este lugar algo inolvidable.




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