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Banyan Tree Cabo Marqués: El susurro del Pacífico en Acapulco

  • Deby Beard
  • 4 days ago
  • 2 min read


En lo alto de un acantilado cubierto de selva, donde el Pacífico choca contra las rocas con una cadencia hipnótica, se encuentra Banyan Tree Cabo Marqués, uno de los secretos mejor guardados de Acapulco. No es un resort que grite su presencia; más bien, susurra. Y ese susurro —de viento entre los árboles, de agua fluyendo en silencio— es lo que lo hace inolvidable.


Este santuario tropical, parte de la cadena de lujo asiática Banyan Tree, está enclavado en la exclusiva zona de Punta Diamante. A diferencia del bullicio tradicional de Acapulco, aquí reina la calma. El hotel está formado por villas privadas suspendidas sobre pilotes, cada una con su piscina infinita y vistas de vértigo al mar o a la selva. Las habitaciones combinan la elegancia sobria de la arquitectura tailandesa con materiales locales, creando un ambiente cálido, íntimo y sofisticado.


Estar en Banyan Tree Cabo Marqués es habitar un espacio entre mundos: entre oriente y occidente, entre la tierra y el agua, entre lo que somos y lo que necesitamos. La privacidad es absoluta. Desde tu villa, el único sonido es el de las olas y los pájaros tropicales. El servicio es atento, discreto, casi invisible. La experiencia se siente diseñada para que cada huésped pueda reconectar —con su pareja, con la naturaleza, con uno mismo.



El hotel alberga restaurantes de alta cocina, entre ellos Saffron, un homenaje a las raíces tailandesas del grupo. Aquí, los sabores son profundos, especiados, equilibrados. Pero lo que realmente eleva la experiencia es el entorno: cenas al aire libre, con la luz del atardecer tiñendo el cielo de naranja, mientras el mar abajo se disuelve en sombras.


Lo que antes fue La Nao — un espacio que combinaba influencias mexicanas y asiáticas— se transforma ahora en Cello, una oda a la auténtica cocina del norte de Italia. El concepto fue cuidadosamente desarrollado por la chef Sarahí Ponce, quien viajó a Italia para empaparse de sus técnicas, entender su espíritu y, sobre todo, aprender a respetar su esencia.


Desde lo alto de los acantilados, la vista se despliega en toda su magnitud, un cuadro viviente que cambia con cada instante. Los colores del cielo, los matices del mar, todo parece tener su lugar en una composición que invita a la calma y a la reflexión. Las villas, con su arquitectura que fluye suavemente hacia la naturaleza circundante, ofrecen una privacidad absoluta, una desconexión que permite que el alma se recargue y se renueve al compás de las olas.



 
 
 

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